LUCAS 6: 45 “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
La Biblia evidencia que el pecado (el mal) se originó en el cielo en el así llamado “querubín protector”; a decir, Lucifer (Ez 28: 12-19). En nuestro mundo, el origen del pecado se evidencia en Eva y Adán allá en el huerto del Edén después de la creación (Gn 3: 1-7). Y en nuestra propia vida ¿Dónde se origina el mal (pecado)? La Biblia dice que el pecado es la transgresión de la ley (1 Jn 3: 4). “El pecado es un intruso, y no hay razón que pueda explicar su presencia. Es algo misterioso e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo” (Conflicto de los Siglos p. 546). Lo cierto es que todos pecamos (Ro 3: 23), y toda acción nace en el corazón, es decir, en nuestra mente.
¿A caso el corazón y la mente son iguales? De manera literal, en cuanto a partes del cuerpo, pues no. Sin embargo, si hablamos de las expresiones que muchas veces encontramos en la Biblia (Ex 35: 34; Dt 8: 17; 1 S 27: 1; Is 51: 7; Lm 2: 11; Mt 13: 19; Stg 5: 5; etc.), lo que se origina en la mente, en el pensamiento; se expresa con el corazón. Dice el doctor Facundo Manes que los avances de la ciencia han mostrado que el corazón es más la víctima que el origen de las emociones.[1] Debe suceder lo mismo con los sentimientos y pensamientos. La verdad es que todo tiene su origen en el cerebro. Sí, allí donde nace todo lo que expresamos de manera externa. Lo irrefutable de nuestras acciones, son el eco de lo que en un instante creamos en nuestro pensamiento.
Está claro decir -Dime que es lo que piensas y te diré lo que “puedes” hacer… - o bien puedo escuchar lo que dices y saber lo que habías pensado. ¡Interesante! Jesús expresó las palabras radicales: “de la abundancia del corazón habla la boca” y en efecto es así.
Nos alimentamos con lo que contemplamos, es decir, reflejamos (el hablar, sentir, pensar, etc.) de diferentes formas según lo que acostumbramos a contemplar. “Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual modificamos nuestro ser mediante la contemplación. La inteligencia se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa. Se asimila lo que se acostumbra a amar y a reverenciar” (Conflicto de los Siglos, p. 611). Tú y yo, somos lo que contemplamos; y esto, es el oxígeno que muchas veces permite que Satanás viva. Tenemos la potestad de quitarle la respiración al enemigo y verle lentamente morir con nuestra victoria. La gran pregunta ¿a quién o qué estamos contemplando?
[1] Facundo Manes, “Usar el Cerebro”, sacado de http://lelibros.online/libro/descargar-libro-usar-el-cerebro-en-pdf-epub-mobi-o-leer-online. El autor habla en el contexto de las emociones y el corazón. Escrito por:
Kevin Brayan Santin Neira
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